martes, 9 de mayo de 2017

El número de muertes prematuras de la clase trabajadora se ha disparado desde finales de los 90

Durante el pasado mes de abril se ha presentado "Mortality and morbidity in the 21st Century", una investigación que pone de manifiesto que el número de muertes entre hombres y mujeres de clase trabajadora se ha disparado desde finales de los 90. Aunque los profesores de Princeton Anne Case y Angus Deaton se centren en Estados Unidos, las razones por las que ha aumentado el número de muertes en la clase trabajadora bien puede aplicarse a otros países occidentales.

Es una terrible tormenta perfecta para todos aquellos que no tienen educación superior, señalan los autores. Estos consideran su nueva investigación como “una historia sobre el colapso de la clase trabajadora blanca, con formación secundaria, después de sus días de gloria de principios de los años 70, y la patología que acompaña ese declive”. Los autores aclaran que no se trata de una situación coyuntural, sino de una tendencia a largo plazo que muy probablemente irá a peor.

Dos son las principales razones por las que los trabajadores de mediana edad se encuentran en situación crítica, en comparación con otros grupos sociales que han mejorado: si en 1999 la tasa de muertes entre blancos era un 30% inferior que la de los negros, ahora se encuentra por encima. Por una parte, se han disparado las conocidas como “muertes por desesperación”, es decir, aquellas que tienen que ver con las drogas (con referencia explícita a la crisis de opioides), el alcohol y los suicidios.

Otra razón es la lógica ralentización en los tratamientos de las dos enfermedades que más muertes causan en la mediana edad: los problemas coronarios y el cáncer. Hasta finales de los 90, los avances en medicina y tratamiento permitieron reducir la incidencia de ambas enfermedades, pero el margen de mejora ha sido muy reducido en este tiempo mientras que el de prevención de dolencias que tienen más incidencia en otros grupos sociales ha sido más acelerado. En EEUU, casi 600.000 personas mueren al año de cáncer y unas 610.000 por problemas de corazón.


Sin trabajo, sin familia, sin amigos

¿Por qué se ha producido exactamente este aumento de “muertes por desesperación”, vinculadas íntimamente al consumo de alcohol y drogas? Los investigadores apuntan en declaraciones a 'The Washington Post' a una “desventaja acumulativa” en la que se mezcla lo personal, lo laboral y lo social. El paro aumenta, los sueldos bajan, las familias se desintegran y las redes de apoyo mutuo se esfuman.

“Antes podías conseguir un trabajo realmente bueno con el diploma del instituto”, explica Case. “Un empleo en el que te formaban en el propio puesto, que tenía beneficios asociados. Podías ascender”. La situación ha cambiado enormemente durante las últimas décadas, ya que las expectativas de mejora para la mayoría de los miembros de esta clase social se han reducido enormemente. “Tu vida familiar se ha venido abajo, ya no reconoces a tus hijos, todo aquello que pensabas que te iba a ocurrir cuando empezaste tu vida simplemente no ha pasado”.

¿La solución más sencilla? Refugiarse en el alcohol, las drogas, los medicamentos o la comida. En opinión de los autores, esta “ola de desesperación” está ligada con el aumento de la obesidad en Estados Unidos, que consideran un síntoma más del estrés generacional. Ya no se trata únicamente de un problema rural como hace unos años (el sudoeste americano fue una de las primeras víctimas), explican en 'Vox', sino que ha llegado a “todas las urbanizaciones residenciales de EEUU”. Tan solo el centro de las grandes ciudades presenta una tendencia opuesta.


“La generación que entró en el mercado laboral a partir de los años 70 tuvo peores expectativas laborales y de sueldo”, explica Deaton en una entrevista. “Eso afectó a sus perspectivas de matrimonio. Sus relaciones fracasaron. Tuvieron hijos fuera del matrimonio. Sus niveles de dolor aumentan”. La crisis del petróleo, que muchos han considerado un punto de inflexión en el mercado laboral occidental, es el evento divisorio, pero también nos ayuda a entender cómo posteriores crisis pueden dejar una marca indeleble casi medio siglo después.

“Nuestra tesis, que encaja con la mayoría de los datos, tiene la implicación profundamente negativa de que las políticas, incluso las que mejoran exitosamente los sueldos y los trabajos o redistribuyen la riqueza, necesitarán muchos años para revertir el incremento en mortalidad”, concluyen los autores. ¿Una amenaza adicional? Que a medida que pasen los años y esta generación se jubile, lo va a tener aún peor en una de las etapas más críticas en la vida del hombre, la tercera edad.

¿Nos podemos contagiar?

Es un buen aviso para otros países. En España, la crisis de 2008 ha afectado sensiblemente a aquellos que carecían de estudios superiores. Hace apenas tres años la tasa de actividad entre los jóvenes sin formación universitaria rondaba tan solo el 50%, mientras que el porcentaje entre los que disfrutaban de educación superior ascendía hasta el 81%.

¿Hacia dónde apuntan los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística? ¿Se puede producir un hipotético contagio de esta “epidemia” a nuestro país? En apariencia, podemos respirar tranquilos, ya que en 2015, respecto a 2014, el porcentaje de personas que acabaron con su propia vida descendió sensiblemente, un 7,9%. Sin embargo, es un efecto rebote en contra de la tendencia de los últimos años. La incidencia por habitante es superior en nuestro país respecto a EEUU y los suicidios se han disparado desde que la crisis estalló en 2007, hasta un 19%.

La tesis de los profesores de Princeton apunta, más bien, a la posibilidad de que estas heridas no se cierren en el largo plazo, y que conformen un drama transgeneracional. Como revela en 'The Washington Post' la profesora colombiana de la Universidad de California Adriana Lleras-Muney, las personas sin formación son particularmente pesimistas respecto a su futuro: “Hay un trasfondo de declive continuado”, explica. “Para los hispanos o los inmigrantes como yo, o incluso los negros, las circunstancias son malas, pero van a mejor”.

Es el futuro el que arroja una sobra ominosa sobre un presente ya gris. Los autores publicaron el pasado año en 'Pnas' otra investigación que se centraba en el espectacular aumento en las muertes de los varones blancos de entre 45 y 54 años. La mayoría de ellos, explicaban, carecían de estudios universitarios y no estaban casados. El profesor Frederik Deboer recordaba que “ya que han disfrutado tradicionalmente de una mayor riqueza y prestigio cultural que la gente de color, pueden sentir que el desempleo, la pobreza y las humillaciones que estas conllevan son más difíciles de digerir”. En otras palabras, la mayoría social comienza a experimentar en sus carnes los problemas que han amenazado a las minorías durante décadas, y no está preparada para ello.


Fuente: www.elconfidencial.com
Fotografía: CNT / www.traiteur-hayraud.fr